Mucha gente me comenta que ellos no serían capaces de viajar solos, que les da miedo, que temen aburrirse y cosas por el estilo. Por norma, suelo contestar que viajar solo es una de las experiencias más enriquecedoras y de crecimiento personal que uno puede tener, es más, siempre he recomendado que hay que hacerlo una vez al año mínimo.
Viajar solo hace que te comuniques continuamente con la gente local, que te pongas a hablar con un policía, con el que se sienta a tu lado en el bus, el camarero que te atiende o cualquier transeúnte. Tú carácter se abre, y en mi caso, que viajo sin guía, móvil ni reloj, se acentúa el que tenga que preguntar por dónde estoy, dónde tengo que ir, qué hora es, hacia dónde va este bus, dónde puede haber un hotel al llegar al siguiente pueblo, etc…
¿A qué viene toda esta defensa a ultranza del viajar solo? Bien, apenas llevo 6 días en Colombia, y no sé como seguirá el viaje, pero hasta ahora toda esta faceta «obligada» de comunicarse con la gente por viajar solo, siempre ha tenido la misma respuesta, sonrisas y más sonrisas, predisposición a ayudarme, conversaciones agradables, momentos únicos de complicidad y mil anécdotas para contar, pero siempre con una sonrisa de por medio, la misma que tengo yo, que si algo busco al viajar es conocer gente, verme en un autobús con 50 locales en medio de vete a saber dónde y charlar con ellos, salir con chicos que recién conoces y te muestren como se divierten por aquí, que te inviten a sus casas o que te expliquen su situación en el país.
Como siempre, esto me encanta, y me hace feliz toda esta fluidez comunicativa que se da en países como Colombia. Para mí, regresar a casa con estos regalos de intercambio con la gente del lugar, tienen infinitamente más valor que visitar mil museos y lugares turísticos.