Llevaban toda la semana hablándome del partido, me decían que el país entero se pararía para verlo, que esto sería una locura, y no se equivocaron.
Tengo que reconocer que tenía claro que iba a escribir y fotografiar para documentar lo que significa un partido de Colombia en este país, pero a la hora de ponerme, es difícil concentrar tanto visto y vivido ese día en un simple artículo.
Me superó, me sobrepasó y me emocionó. No soy colombiano como es sabido, pero lo escuchado y visto en el transcurso de la semana previa al partido, consiguió arrastrarme a un punto de euforia tal como para ajustar mis planes y recorrido para estar en un buen lugar el día clave y disfrutarlo con ellos.
6 de la mañana: me levanto y salgo en busca de algún lugar para desayunar, pero mi sorpresa es ver a todo el mundo en la calle con la camiseta de la tricolor puesta y con claros síntomas de euforia y ambiente especial (y todavía estamos a 9 horas del pitido inicial). Ya sean niños, abuelos o mediana edad, todos hablan del partido y se nota que todo en este día está enfocado a la misma cosa.
Como ejemplo, en mi búsqueda de cafetería, veo mucho movimiento en la iglesia pese a la hora que es, entro, está abarrotada, y me doy cuenta de que esto va en serio cuando miro a un lado y veo al cura entregando la hostia a unos fieles vestidos con la camiseta de Colombia, miro a otro lado y veo a otros de rodillas rezando con la misma indumentaria.
8 de la mañana: con unos chicos que conocí el día anterior, nos vamos de excursión a las afueras para ver una cascada y salir de la ciudad. Pero da igual, desconectar del partido es imposible. Coches engalanados con símbolos patrios, motoristas con la camiseta… te atienda quien te atienda y donde te atienda, lo hace con la misma indumentaria.
12 de la mañana: regreso a la ciudad y esto ya es una locura, faltan 3 horas y los claxon suenan sin parar, en cada esquina se venden todo tipo de artilugios para animar a la selección. Por momentos, parece que el partido se juegue en la ciudad, cuando en realidad lo hace a miles de kilómetros.
13 de la tarde: ahora sí que sí, quedan dos horas y ya voy en busca de cazar toda foto que muestre lo que aquí se está viviendo. Se ve al ejecutivo con zapatos y pantalón de pinza pero con la camiseta, lo mismo con el farmacéutico, el banquero… de cada 10 personas, 9 llevan la indumentaria. Se respira euforia, se respira optimismo, y yo el primero, hablo con uno, converso con otro, estoy deseando que llegue la hora ya.
El sentimiento que tiene esta gente por todo lo de su país es maravilloso, son devotos de Colombia, se enorgullecen de ser colombianos, y en cuanto al fútbol, son sus ídolos, los que les están dando ilusión, la mejor medicina para sus momentos difíciles. Me comentan que lástima que España perdiera, pero cuando les digo que a mí no me importa si España pierde o gana, que en Catalunya gran parte de la población quiere que España pierda y que a la hora de los partidos, la indiferencia de la ciudad es exagerada y ni se nota que hay un partido de mundial, no dan crédito, no se lo creen. Me ocurrió 5 o 6 veces y todos tuvieron la misma cara de incredulidad. Y lo entiendo, lo entiendo porque he vivido lo que ellos sienten y no se parece en nada a lo nuestro y estoy rodeado de patriotismo en su máxima expresión.
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15 de la tarde: comienza el partido y yo tengo la piel de gallina (de hecho ahora escribiéndolo y recordándolo me vuelve a pasar), veo cómo sienten el himno, veo cómo tocan las vuvuzelas, y cómo cantan como si estuvieran en el estadio. Veo gente llorar, rezar, desesperarse, miles de personas con la mirada clavada en la pantalla gigante que la alcaldía de San Gil ha colocado en la plaza. Lo que pasó en esas dos horas del partido lo documento con las siguientes fotos.
17 de la tarde: no ha podido ser, la gente está desolada, enojada con el árbitro (español), y sintiendo que les han robado un sueño, pero a la vez orgullosos de los suyos. Les cantan, les aclaman, les idolatran y les dan las gracias por los 21 días de mundial que les han dado. Son héroes.
19 de la tarde: como ellos dicen, vamos a celebrarlo igual. Me llevan a un centro con discotecas y bares musicales, y la gente lo disfruta, los ballenatos suenan sin cesar, y cómo no, todos bailando con la camiseta aún puesta. El DJ pone el himno nacional y todos lo cantan a la vez, con la mano en el corazón, con un sentimiento puro y auténtico.
Día siguiente: todo el mundo habla del partido, todo el mundo lamenta la oportunidad perdida pero nadie hace un reproche. Han sido muy felices.
Dos días después: me tengo que ir de la ciudad, y mientras hago la maleta tengo la tele puesta de fondo. Llega el equipo desde Brasil, no doy crédito, ni España cuando ganó el mundial reunió a la mitad de gente que hay en las calles de Bogotá. El bus apenas puede moverse y cuenta la gente que algunos llevan desde las 4 de la mañana (el bus pasa sobre las 11) esperando la llegada de esos 23 jugadores que tanto les han hecho vibrar y soñar, y que tanto los ha unido.
No era un partido de fútbol, era la demostración de 47 millones de personas que aman a su país, que lo adoran y que están orgullosas de pertenecer a este rincón de Sudamérica.