Primeras páginas Asia a 15 por hora

RUMBO A DELHI

Una vez más, me encuentro en un aeropuerto a punto de emprender un largo viaje. Si he de definir en una sola palabra cómo me siento, ésta sin duda sería «confusión». Llevo días agobiado, de mal humor, y con sentimientos encontrados respecto al viaje que estoy a punto de comenzar, casi como si una parte de mí deseara que ocurriera algo que me impidiera coger el avión. Y ahora, en la sala de espera del aeropuerto de Barcelona, me siento cansado y desmotivado, como si la aventura se hubiera convertido en obligación, y seguramente lastrado por los dos días que llevo prácticamente sin dormir y la sobredosis de preparativos de las últimas semanas. No son pocas las veces en que me he preguntado si realmente vale la pena marcharme, o en que la sola idea de estar seis u ocho meses fuera de casa ya se me antojaba excesiva. Todos me dicen que vaya a disfrutar, pero eso no es fácil porque por primera vez me marcho con la sensación de estar perdiéndome algo que tal vez me costará recuperar a mi regreso. En mi anterior viaje a Australia, literalmente me escapé de todo, pero en esta ocasión, ese todo era perfecto. Ya se sabe, mentalmente se hace más difícil moverse cuando se está cómodo, y estos últimos seis meses de preparativos se me han hecho a veces muy duros.

Hoy es domingo, hasta el viernes no acabé de dejar concretado el tema de la bici y la ropa con los dos patrocinadores que nuevamente confían en mí para esta aventura facilitándome todo el material, pero cuya apretada agenda estuvo a punto de hacerme una mala jugada y obligarme a marchar sin bici y en calzoncillos, y ayer fue un día de locos empaquetándolo todo y procurando no olvidar nada que vaya a serme imprescindible a unos cuantos miles de kilómetros, por no hablar de las siempre complicadas despedidas (fi esta el viernes con veinte personas, fi esta el sábado con otras tantas y yo aguantando el tipo y con la cabeza en Asia). Total, carrera contrarreloj, adrenalina a tope, ansiedad, pocas horas de sueño, melancolía y la sensación de marcharme dejando muchos cabos sueltos. Sin embargo, aquí estoy. Sin dejar de pensar en qué coño estoy haciendo y en todo lo que me espera en mi extenso recorrido por Asia, pero, como siempre, estoy. Dicen que de una boda sale otra boda. En mi caso, de una aventura sale otra aventura; aún no había terminado mi viaje por tierras australianas y ya había decidido cuál sería mi siguiente aventura y cómo la haría. En Australia supe que había encontrado a mi compañera de viaje ideal, y desde ese momento vi que sería feliz viajando con ella y le propuse formalizar la relación e irnos juntos a recorrer el continente asiático. Así surgió la idea de este segundo viaje en bicicleta; la primera experiencia fue tan increíble que no tuve dudas de que para visitar Asia en condiciones, lo haría a dos ruedas. En mis últimos viajes he comprobado que los países están perdiendo sus tradiciones y que la famosa globalización está engullendo sus costumbres y en poco tiempo perderán su autenticidad. Por eso en mi cabeza tengo «prisa» por ver el máximo de países que pueda en el menor tiempo, perderme en sus lugares más remotos, y compartir esas tradiciones y costumbres en vías de extinción. Para todo ello, no hay mejor medio de locomoción que la bicicleta.

En la sala de espera del aeropuerto tuve una sensación muy extraña: miraba a toda la gente, sus trajes, sus comportamientos… y me veía en otro mundo. No dudaba que era el único pasajero de ese avión que partía hacia Suiza que iba a emprender un viaje a lo desconocido, y supe que mi aislamiento empezaba en ese momento. Curioso, en Barcelona y antes de coger el vuelo ya me sentía así.

Por muy viajero que uno sea, el miedo está ahí. Continuamente me venían a la cabeza todas las cosas que había escuchado desde que hice público mi viaje: «Pues cuidado en Vietnam que me han dicho que…»; «Cuando estuve en Tailandia pasó esto y lo otro…»; «¿China? No vayas ni loco, me han comentado que te pasará esto…»; «¿Por Nepal?, seguro que pillas la malaria…»; «¿India? Te pasarás más tiempo en el baño que encima de la bici…»; «¿Camboya? No te salgas ni un metro del camino porque todo está lleno de minas antipersona»; «en esta, esta y esta fronteras te robarán seguro, pero segurísimo». Muchas de las informaciones que me llegaban en los últimos tiempos eran de este tipo y, quieras o no, van minando un poco tu fe ciega en el viaje y te hace sentir un poco de vértigo ante el reto que encaras. Tal vez por ello tengo la sana costumbre de montar todo el tinglado sin que se entere nadie y hacer pública mi siguiente aventura justo unas semanas antes de irme y así «trabajar» en mi proyecto silenciosamente y con total tranquilidad.

Subo al avión, y sigo melancólico, pero a la vez ya voy entrando en situación, insuflándome autoconfianza ante lo que no deja de ser otra apasionante aventura, un largo periplo a través de un continente lleno de contrastes, el único en el que aún no he estado, el final de una trayectoria de diez años de viajes por todo el mundo que un día soñé. Vamos allá, pues, por mí y por todos aquellos que lo vivirán a través de mí, que estarán pendientes de mi viaje y de que todo vaya, nunca mejor dicho, sobre ruedas.